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El hilo de oro

Hace un poco más de 2000 años, en una pequeña sinagoga del oriente medio, un perspicaz sacerdote preguntó a uno de sus inquietos estudiantes ¿Cuál es el más importante de los diez (10) mandamientos?

El joven, después de una breve pausa, respondió:

“No creo que ninguno de los diez mandamientos sea más grande.... Veo un hilo de oro que corre a través de ellos, que los ata fuertemente y que hace de todos ellos uno… Este hilo es el amor, que está presente en cada palabra de los diez mandamientos.


El amor está en la ley de Dios


Quien está lleno de amor no puede hacer otra cosa que adorar a Dios, porque Dios es amor… Quien está lleno de amor no puede matar…, no puede dar falso testimonio…, no puede codiciar…, no puede sino honrar a Dios y al hombre… Quien está lleno de amor no necesita mandamientos de ninguna clase”

El sacerdote, algo sorprendido, le dijo al niño; tus palabras están condimentadas con la sal de la sabiduría ¿Quién fue el maestro que te reveló esta verdad?

Y el joven respondió:

“No sé qué maestro alguno me haya revelado esta verdad… Me parece que la verdad no ha estado nunca oculta; que ha estado siempre visible, porque la verdad es una y es omnipresente.

Si abrimos la ventana de nuestra mente, la verdad entrará en ella y hará allí su hogar, porque la verdad encuentra camino a través de cualquier puerta abierta...”

El sacerdote, desconcertado, preguntó nuevamente al niño ¿Y qué mano hay suficientemente fuerte para abrir las ventanas y las puertas de la mente, a fin de permitir que la verdad entre?

Y el joven contestó:

“Me parece que el amor, el hilo de oro que ata los mandamientos de la ley en uno es suficientemente fuerte para abrir cualquier puerta humana, de manera que la verdad pueda entrar y producir la comprensión con el corazón…”

Esta breve conversación de antaño, independientemente de nuestras creencias, nos lleva inevitablemente a considerar la naturaleza del origen de los mandamientos entregados a todos los hombres y su relación con el amor universal. La simplicidad de su análisis es convincente, e implica también considerar un asunto clave en el misterio de la creación del hombre, que no es otra cosa que la imparcialidad de Dios.

Es un hecho, el Altísimo es completamente imparcial, no da a unos más que a otros. Él simplemente pone a disposición de todos los hijos de los hombres su poder, su sabiduría y su amor. Da las herramientas para que todos podamos tomar estas cualidades y acceder a ellas a través de las puertas y ventanas de nuestra mente; y, como explicó aquel niño prodigioso, sólo el amor permite el acceso a la verdad y la comprensión con el corazón.

¡Eso, evidentemente, es completamente justo...!

En ese contexto, es inevitable concluir que, la ausencia de amor es lo que crea las murallas a la comprensión y a la sabiduría. La trinidad de Dios es una en su origen infinito, por tanto, he aquí un supuesto aparente:

“Las cualidades de fortaleza, sabiduría y amor, no pueden subsistir separadas en el hombre que quiere estar en comunión con la vida que viene del Altísimo...”

Las plantas florecen para todos, en todas partes; las épocas de la siembra y de la cosecha pertenecen a todos. Destruir las barreras que inducen a creencias sobre la parcialidad de la vida nos permite ver que toda la creación es, por igual, en gran medida bendecida. Es notable y de fácil observación en nuestra naturaleza, las cualidades de la vida están allí, sólo debes tomarla, pues están a tu disposición.

Cuando realices una oración no pidas las cualidades de la vida, el Creador ya te las dio..., sólo tómalas. Entonces ora agradeciendo al Altísimo por ofrecerlas. ¡Sal y tómalas...!

2 comentarios:

Gracias por participar en esta aventura,